Empecé en Madrid y lo hice porque quería tener un cuerpo estéticamente
en los cánones de belleza de la época, 1992. Empecé tranquilo. “Al principio ni siquiera iba
todos los días, solo dos o tres a la semana, pero a medida que entraba
en el mundillo de los anabolizantes, pasé a entrenarme dos horas todos los días. Iba in crescendo,
pero lo podía compaginar con el trabajo de administrativo en una
empresa eléctrica. Y a quien me preguntaba le decía que todo lo
conseguía tomando solo proteínas...”
Los anabolizantes los conoció Garrido porque a ellos le llevó su
curiosidad. Una pregunta a un compañero de pesas. “Joé, qué cuerpo tan
bueno tienes. ¿Cómo lo has conseguido? Y él te dice, pues mira, hay unas
sustancias... Y también, ante tus dudas, te aclara que no son
peligrosas para la salud, no más peligrosas que fumar, por ejemplo. Y
así te venden la moto”.
Garrido empezó a probarlas, lo que supuso una inevitable conexión con
la otra persona, la que le empezó a vender los primeros productos, que
de entrada, son baratos. “Pero, ¿qué pasa?”, dice. “Que después pasas a
un ciclo más grande, y luego a otro, y ya entras en una espiral. Como la
persona del primer contacto a veces no me podía suministrar ciertos
productos, comencé a entrar en los foros de Internet para contactar con
gente que en el mismo foro te ofrece su catálogo y su lista de precios.
Empiezas haciendo un pedido de prueba. Pides una sustancia que sabes que
funciona a los tres y cuatro días y te da unas señales inequívocas: el
clembuterol, temblor de manos y sudoración, por ejemplo. Y ya te
aseguras de que no te vende falsificaciones.
Ya asegurado, le pides un
ciclo de unos 300 euros. Y también íbamos a comprar a farmacias de
Portugal, donde la legislación no es tan estricta. Y a medida que vas
haciendo ciclos te vas viendo como quieres verte, lo que te anima a
seguir, y te da una gran seguridad. Cuando sales por la noche, en las
fiestas, notas que la gente te respeta más, y ligas más, triunfas, y lo
necesitas, porque con la testosterona te pasas el día empalmado... Hasta
que llega un día en el que te empiezas a gastar muchísimo dinero en
ciclos. Y con tu vendedor entablas una relación de síndrome de Estocolmo.
Es el colega que te da los productos que tú quieres, y encima, como ves
que lo que antes te costaba 70 te lo deja en 50, dentro de tu ceguera y
tu locura, piensas incluso que te está haciendo el favor de tu vida. Y
coges tal confianza con él que hasta parece un amigo que quiere
compartirlo todo contigo".
"Pero cada vez te gastas más dinero. Cada ciclo son nuevas
sustancias: Testovirón, Winstrol, que es estanozolol, Primobolán,
nandrolona, trembolona, boldona... Quemadores de grasa como el
clembuterol, hormonas tiroideas T3 y T4, hormona de crecimiento,
insulina, que hace que todo lo que comes se transforme antes, IGF1...
Todo lo que hay. Y tú eres autodidacta, investigas en los foros, que
solo hablan de los beneficios, pero nunca de los problemas, de la caída
del pelo, de la vascularidad conseguida con hormona de crecimiento...
Lo
tratas como el que fuma, que lee que el fumar produce cáncer y no lo
cree, así nosotros con todas las campañas de información sobre los males
de los anabolizantes. Estás en tu espiral y te da igual. Y en el
gimnasio y luego, fuera, pues al final solo te relacionas con la gente
que hace lo mismo, acabamos siendo una pequeña secta. Una secta que nos
impide una relación de pareja normal, pues nunca puedes explicar a tu
chica qué es lo que tienes por los cajones y cuando se lo explicas, te
deja, pero a ti te da igual: pensábamos que los raros son los demás.
Nosotros éramos hermanos”.
La espiral estuvo a punto de romperla Garrido hace cuatro años,
cuando eran tan grandes los abscesos de pus que le producían los
pinchazos directamente en los músculos de brazos, hombros y piernas
—“dos jeringas enteras de 5ml tres veces por semana”, dice—, le
obligaron a ir al hospital. “Me sacaron un litro de pus de una pierna y
estuve tan mal que pensé en dejarlo. Además, tenía tantas deudas, pues
gastaba más de lo que ganaba en la empresa, unos 1.200 euros al mes, y
me embarqué en créditos encadenados, cada vez más caros, que mi padre,
prejubilado, volvió a trabajar y tuvo que hipotecar la casa para pagar
la deuda de 60.000 euros...
Y, pese a eso, pasado el primer shock,
en el hospital solo estaba deseando que me dieran el alta para no
perder tiempo y seguir con mis ciclos. Pero dos años después toqué
fondo. Con la ansiedad, el estrés y las sustancias, pues también tomaba
el estimulante efedrina, no podía dormir, y el traficante me empezó a
vender orfidales, que tomaba cada vez más. Y un día, en junio de 2012,
me quedé dormido y cuando me levanté no sabía ni dónde estaba, y no
podía ni orinar del dolor que sentía. En el hospital me dijeron que
sufría un fallo renal agudo y que si hubiera ido tres horas más tarde
habría muerto o estar toda la vida encadenado a la diálisis.
Mis padres
lloraban y yo me moría de vergüenza. No volví a pincharme, pero como
cualquier drogadicto, porque esto es una droga, sufrí un síndrome de
abstinencia psicológico. Y descubrí que no hay centros especializados en
vigorexia, así que fui a un psiquiatra, que me trató.
Dos años después, sin músculo apenas ni pesadillas, Garrido se siente
limpio, solo y víctima de unos efectos secundarios que no acaban de
dejarle, como la depresión, la sordera y la falta de producción de
testosterona por su cuerpo, que solo hace seis meses ha vuelto a
funcionar de nuevo pero muy poquito a poco. “Hago cosas que antes no
hacía, me he apuntado a clases de inglés y a un equipo de rugby, corro
en carreras populares...” dice. “Pero no tengo amigos, y a los 40 es
difícil empezar una vida nueva. Los amigos, los hermanos, de la secta ya
he roto con ellos. Y estoy seguro de que cuando me vean esos amigos en
el periódico, eso les hará pensar. No creo que me insulten”.